FRANCISCO
DE QUEVEDO Y VILLEGAS (1580-1645)
Un
biógrafo de su tiempo lo describía así: “Era de mediana estatura, pelo negro y
encrespado, corto de vista, de modo que siempre usaba anteojos (los quevedos);
nariz y miembros proporcionados de medio cuerpo arriba; pero cojo y lisiado de
entrambos pies, que los tenía torcidos hacia dentro”.
Su
enemigo Luis de Góngora lo llamaba “pies de cuerno”. Compensó estos defectos
físicos con el arrojo de su carácter impulsivo y violento: mano pronta, lengua
larga y buen espadachín. Tras este comportamiento se esconde un hombre sensible
y más bien tímido que tenía que burlarse de sí mismo para soportarse.
Su retrato físico nos lo da un
escritor contemporáneo: “Fue don Luis de Góngora de buen cuerpo, alto y
robusto, blanco y rojo, pelo negro... Ojos grandes, negros, vivísimos, corva la
nariz...” Este último dato ha inducido a algunos a creer que era de ascendencia
judía. Quevedo repetidas veces alude a ello, más o menos veladamente; y en
nuestros días no ha faltado quien exhumara este argumento para reforzar la
tesis del fondo semítico en el barroco.
El retrato que de él se conserva nos revela
un hombre de frente alargada, nariz aguileña, boca grande, sumida y pronta a la
mordacidad y a la maledicencia. Aunque sus rasgos faciales no lo acusaran,
sabemos, por testimonio de sus contemporáneos y, mejor aún, por sus mismos
versos, que fue hombre de carácter agrio, zumbón, amigo de ridiculizar las
flaquezas ajenas, dotado de una vis cómica no vulgar y de una propensión innata
hacia la sátira.